Normalmente, todos los años, suelo hacer dos
viajes a Las Palmas de Gran Canarias: uno a finales de mayo y el otro en
octubre. Estos coinciden con los cumpleaños de mis nietos.
Este año llegamos en mayo y a unos días de nuestra
llegada celebraban “El Día de la Comunidad Canaria”. En el colegio de mis
nietos nos invitaron a unirnos a dicha celebración; la verdad es que me
sorprendió el mimo, cariño e imaginación que derrocharon en tal acto.
Nos citaron sobre la una y media en el comedor del
colegio, entre tanto los alumnos habían hecho unos campeonatos de diferentes
deportes y ya habían comido. Pues bien, a lo que vamos, al entrar en el comedor
encontramos unas mesas “buffet” con todo tipo de comidas propias de la isla:
papas “arrugas con mojo picón”, sancocho canario, ropa vieja, pella de gofio,
puchero canario, platanitos fritos y yo que se cuantas cosas más. De los
postres ni que decir tiene que no se quedaron atrás.
Después de “estas tapillas”, como diría mi amiga
Ana, pasamos al salón de actos donde se dieron los premios a los buenos
estudiantes e hicieron una pequeña representación de las costumbres de antaño.
Todo me pareció de una cordialidad muy agradable.
En uno de los paneles sobre las costumbres
canarionas, me llamó la atención dos temas: uno sobre las leyendas referentes a
las extrañas luces que con más arraigo circulan por la isla y el otro unos
párrafos que habían sacado de un libro escrito por un médico canarión en el
siglo pasado. Tiene anécdotas, sucesos y costumbres muy curiosas y leyéndolo estos
días me hizo mucha gracia este pasaje que os voy a relatar.
DICE ASÍ:
Erase un indiano rico, (se conocían como indianos
a los canarios que habían emigrado a Las Américas y que volvieron ricos), que
tenía un pié muy torcido. Al regresar a su pueblo, tomó singular empeño en que
se rellenara un peligroso derrumbadero (especie de barranco) que interceptaba
los dos barrios de aquel vecindario. Todos le contestaban.... ¡Imposible. . .
es imposible!
Picado el amor propio del cojo, emprendió la obra
y á fuerza de dinero cegó el precipicio y sobre el mismo fabricó una casa en cuyo frontis hizo grabar la siguiente
inscripción en grandes letras...
“Nihil impossibile est” (Nada es imposible).
Al día siguiente
apareció escrita debajo del letrero esta cuarteta;
“Si nihil impossibile est”,
Como tu lengua relata,
Enderézate la pata
Que la tienes al revés.
Como veréis en todas partes hay gente ingeniosa
que tiene la habilidad de darle la gracia a cualquier acontecimiento.
Esta anécdota está sacada de: "RECUERDOS DE UN NOVENTÓN"Memorias de lo que fue la ciudad de Las Palmas de Gran Canarias a principio de siglo.
Por :Domingo José Navarro.